En este mundo en el que todos habitamos, podemos distinguir tres grandes representaciones:
Israel, el pueblo elegido mencionado en la Sagrada Torá.
Los descendientes de Ishmael, nacidos de la unión de Abraham con Hagar; hoy reconocidos principalmente como árabes o musulmanes, algunos de los cuales conviven con nosotros en esta tierra y en países vecinos.
Las demás naciones, conformadas por la diversidad de pueblos, culturas y creencias que no están fundadas en la Torá.
A Israel no sólo se le entregó la Torá en el monte Sinaí, sino que también se le encomendó ser un pueblo santo, tal como está escrito: “Santos seréis, porque Yo, Hashem, soy Santo”.
Sin embargo, hoy vivimos en una época marcada por la confusión y la mezcla. Y quiero detenerme en una reflexión muy personal: el recato en la vestimenta (tzeniut), que no debe confundirse con la “mezcolanza” de costumbres que tomamos de las naciones.
Trabajo en un jardín de niños donde conviven empleados judíos, israelíes y árabes. Esa convivencia me llevó a observar algo que me impactó profundamente. Entre los árabes —nuestros “primos” descendientes de Ishmael—, muchas mujeres visten con un alto nivel de recato: prendas largas, amplias, que cubren todo el cuerpo salvo rostro y manos. Paradójicamente, a veces su modo de vestir refleja mejor el ideal de recato que la propia hija de Israel, quien debería ser ejemplo de santidad.
Esto me llevó a preguntarme: ¿Cómo puede ser que una hija de Ishmael represente con mayor fidelidad la modestia que corresponde al pueblo de Israel, mientras muchas israelíes o judías adoptan la moda de las naciones —pantalones ajustados, blusas escotadas, faldas cortas— contrarias al espíritu de la Torá?
Quienes llegamos de la diáspora sabemos lo que significa crecer rodeados de esas influencias. Pero al entrar a la tierra de Abraham, Itzjak y Yaakov, debemos comprender que no se trata de traer las modas de fuera, sino de elevarnos en santidad. Y si eres nativa de Israel, más aún: ¡qué triste resulta que alguien de Ishmael vista con mayor recato que una hija de Sará!
No se trata de crítica, sino de reflexión y de despertar. Hashem nos ha dado el privilegio de ser Su pueblo, y eso conlleva responsabilidad. Vestirnos “como las naciones” es, en el fondo, negar nuestra identidad. Como dice el Shema: “Hashem Elokeinu, Hashem Ejad”. Ese conocimiento nos compromete a vivir de manera distinta, con recato y dignidad.
El ejemplo es simple: así como un elefante no puede ponerse alas y convertirse en ave, de la misma manera una hija de Israel no puede ponerse la ropa de las naciones y pretender que le quede bien. No corresponde a su esencia.
Hoy, en vísperas del nuevo año, quiero hacer un llamado: Que cada una de nosotras decida un cambio, aunque sea pequeño, en su manera de vestir. No por obligación externa, sino por amor a Hashem, por nuestros soldados, por nuestros hermanos secuestrados, por el mérito de todo Am Israel.
Hashem, en Su infinita bondad, utiliza distintos medios para recordarnos quiénes somos. Quizás incluso a través del ejemplo de las hijas de Ishmael, Él nos está diciendo: “Hija mía, vuelve a tu esencia, vístete con dignidad, camina en santidad”.
Con cariño y plegaria, que podamos mantener el recato en nosotras, transmitirlo a nuestras descendientes y fortalecer a todo Israel.
(Rabanit Malka Yaffe)
Bendito sea el Amo del universo, que sembró en nuestras almas el anhelo de brindar bien al hermoso pueblo de Israel y a todos los que nos aman, a través de la sabiduría de nuestros sabios. Que el Santo, bendito sea, te colme siempre de paz y salud, lo más valioso en la vida.
En la parashá pasada, Ki-Tetzé, se enseña que debemos cumplir incluso el mandamiento más sencillo como si fuera uno grande. Del mismo modo, existen pequeños placeres cotidianos que solemos pasar por alto porque los consideramos insignificantes.
Un ejemplo claro es un vaso de agua refrescante en pleno verano, o el abrigo cálido de una manta en las noches frías de invierno.
Vale la pena preguntarnos:
¿Soy consciente de las bondades que me acompañan?
¿Reconozco cuántos placeres disfruto día a día?
Aprender a valorar lo bueno en nuestra vida es esencial. Como mujer eres única, llena de virtudes y talentos especiales. A veces necesitamos recordarnos que todo, absolutamente todo, proviene de Hashem.
Por eso, digamos cada día:
Gracias a Hashem por ver la luz del día.
Gracias a Hashem porque puedo respirar.
Gracias a Hashem porque hoy pude levantarme.
Agradecer no solo expresa gratitud, sino que también nos abre la oportunidad de regalar sonrisas, de saludar a quien se siente solo, o de ofrecer palabras de aliento que alivien un corazón cargado.
También debemos agradecer por la capacidad de reconocer a Hashem y compartir algo de nosotros con los demás. Recuerdo la historia de una joven pareja que aún no había tenido la dicha de llamarse
“papá” y “mamá”. Tras intentar todo, consultaron con un rabino en Jerusalén. Él les preguntó:
—¿Han agradecido?
Ellos respondieron que no. Entonces el rabino les dijo:
—Háganlo, y después me cuentan.
Agradecer por lo más anhelado, aun antes de recibirlo, puede resultar muy difícil. Sin embargo, la pareja lo hizo, y después de un tiempo tuvieron la inmensa alegría de ver el fruto de su vientre. ¡Qué enseñanza tan hermosa!
Por eso, el consejo para toda mujer judía, y para toda persona justa entre las naciones, es este: agradece siempre al Creador, por lo bueno y también por lo que parece adverso.
Que tengas éxito en todo lo que esperas. Amén.
Yo también agradezco a Hashem por aquello que aún no se ha materializado. Y estoy segura de que, al igual que yo, tú también encontrarás motivos para agradecer, incluso en lo que hoy te resulta difícil o esperas con paciencia.
Nuestra base es el Salmo 100, un himno de gratitud al Creador:
“Clamen a Hashem toda la tierra. Sirvan a Hashem con alegría. Vengan delante de Él con cánticos. Sepan que Él es Hashem: Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y el rebaño de su pastoreo. Entren a sus pórticos con agradecimiento, y a sus patios con alabanza. Bendigan Su nombre, porque Hashem es bueno; Su benevolencia es eterna y Su fidelidad de generación en generación”.
Por La Rabanit Malka Yaffe
Lehitraot.
Permítanme contarles algo que me digo a mí misma: “Conecta con tu Creador y preocúpate menos”. ¡Bendito sea HaShem! Él ha sembrado en cada una de nosotras su profundo deseo de beneficiar a todo su hermoso pueblo, Israel, y a todos los que lo aman, con la sabiduría de nuestros sabios.
Por naturaleza, toda mujer está muy unida a su Creador, con la certeza de que su mano se mantiene extendida para bendecirnos y sostenernos. Él siempre está ahí para sanar a cada alma viviente, para liberarnos de enfermedades y para rescatarnos en nuestros momentos de angustia.
Cada persona libra su propia batalla. Aquí en Jerusalén, muchas mujeres justas nos acercamos al Kotel HaMaaraví, el Muro de los Lamentos. Específicamente, en el área de las mujeres, se observa una dedicación y una entrega única. Acompañadas de lágrimas, depositamos ante Él Creador nuestro más sincero agradecimiento por todo lo que Él ha hecho por nosotras hasta el día de hoy. Las mujeres tzadikot (justas) elevan peticiones que nacen desde lo más profundo de su corazón.
Es natural que en algún momento de nuestra vida algo nos preocupe. Pero, ¿es bueno o malo preocuparse? La preocupación es a menudo una fuente de estrés que necesita un límite. En mi opinión, preocuparse tiene que ver con el tiempo que dedicamos a pensar en cosas que, en muchos casos, ni siquiera están sucediendo. A nivel personal, considero que la preocupación es un abuso de la imaginación, una conversación que tenemos con nosotros mismos sobre cosas que no podemos cambiar.
La plegaria, en cambio, es una conversación con HaShem sobre las cosas que Él sí puede cambiar para nuestro propio bien.
Una gran solución es cultivar pensamientos buenos. Además, hacer Hitbodedut con emuná "fe": "Mi confianza está en Ti, Tú me ayudas y eres mi refugio".
Recomiendo leer los Tehilim (Salmos), por ejemplo, el Salmo 121, "Shir HaMaalot":
“Alzo mis ojos a las montañas; ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda vendrá del Creador del cielo y de la Tierra. Él no permitirá que resbale tu pie; tu guardián no dormita. En verdad, el Guardián de Israel no dormita ni duerme. HaShem es tu guardián; HaShem es tu sombra protectora a tu diestra. El sol no te dañará de día ni la luna de noche. HaShem te guardará de todo mal, Él guardará tu alma. HaShem cuidará tu salida y tu venida desde ahora y para siempre.”
Mi consejo para una mujer judía es: "Cuida este camino, incluso si te cuesta un poco más".
Mi consejo para las justas entre las naciones es: "Que sepas que Él también te escucha. Tu plegaria llega a sus oídos."
(Rabanit Malka Yaffe)